Jonas Stein y sus Turbo Fruits catando la piscina. Foto: Ian Witlen |
Metamos en la batidora a un puñado de bandas de garaje punk rock, tatuajes por doquier, derecho a barra libre, pizza bar y máquina de helados 24 horas, certamen de baile al ritmo del mejor soul en 7 pulgadas y fiesta privada en las Bahamas. Todo esto a bordo de un crucero de tres días durante el mes de febrero saliendo de Miami con destino a Nassau. Pues bien, esto es el Bruise Cruise Festival.
Alrededor de 2000 pasajeros
en el barco, 500 de ellos éramos “Bruisers”, esto es, bandas, prensa y fans.
Habiendo pagado por nuestros billetes el doble que el resto de pasajeros, éstos
incluyen, además del camarote, todos los eventos, un vinilo edición limitada
grabado exclusivamente para la ocasión, bolsas de tela con regalos de promoción,
toda la comida a bordo [mención especial para los “all-you-can-eat buffets como
el de sushi”] y algunas bebidas.
A todo esto le añadimos
cóctel bar, karaoke, mini golf, piscina, parque acuático y spa en cubierta,
casino, espectáculos cómicos con Neil Hamburger y Anna Seregina, desayuno con show de marionetas a cargo de Miss Pussycat, clases de Bounce Dance [un género de rap de Nueva
Orleans] y hasta un Dating Game, para los Bruisers que no llevan pareja a esta
aventura.
Sin lugar a dudas, este
festival tenía que inventarse. Sus dos únicas ediciones (2011 y 2012) colgaron
el cartel de “sold out” con entradas que iban desde los 695$ por un camarote
interior hasta los 760$ por uno con vistas al mar, y dejaron patente el éxito
de un formato que, a parte de lo original en cuanto a su concepto, difiere
bastante del tradicional en otros muchos aspectos.
Black Lips en la edición de 2011. Foto: Ian Witlen |
Una de sus mayores
particularidades es la ausencia de un back stage como en la mayoría de los
festivales. Las bandas y los fans esperan en la misma fila para el buffet, duermen
en el camarote de al lado, comparten mesa para comer, o bailan unos al lado de
otros frente al mismo concierto. Desde luego, esto es algo positivo para ambos,
sobre todo para las bandas, que curiosamente en ningún momento se ven
atosigadas para firmar autógrafos o para hacerse fotos ahora sí y ahora también.
Debe ser maravilloso poder disfrutar como uno más. En palabras de Jonas Stein, líder
de los Turbo Fruits y creador del
festival junto a Michelle Cable, “everyone is one”.
Por otro lado, sorprende
bastante la buena convivencia entre los 1500 pasajeros corrientes del crucero,
en su viaje de placer y sosiego, y los otros 500 en su viaje de fiesta y alcohol.
La imagen es, cuanto menos, singular.
Bruiser disfrutando de lo lindo en Nassau. Foto: Rebecca Smeyne |
Resulta además, que durante
el viaje no hay cobertura para los teléfonos móviles y exceptuando algunos
ordenadores de sobremesa que prácticamente nadie usa por sus tarifas privativas
debidas a la conexión por satélite, tampoco hay acceso a internet. Lo que
podría parecer el fin del mundo en otro contexto, parece no importar a nadie mientras
la fiesta siga su curso. Y esto hace que las cosas se disfruten y se perciban
de una manera especial. Qué decir del hecho de beber alcohol a bordo de un
crucero… llega un momento en el que se hace difícil discernir entre la embriaguez
y el movimiento del propio barco, a todo se acaba uno acostumbrando. El
transcurso de los días a bordo se vuelve verdaderamente mágico.
Bruiser suavizando la resaca. Foto: estaoscuroaqui |
Es curioso el hecho de
reunir en un contexto de lujo y opulencia a mucho de lo que representa la
cultura DIY, a todas esas bandas de
garaje, alejadas del mercado y del mainstream. Bien es cierto que estas bandas
no mueven masas precisamente, y eso es lo que propicia que este tipo de
festival pueda tener lugar del modo en el que lo hace.
Sin edición en 2013, y
todavía sin noticias sobre 2014, estas salvajes vacaciones tropicales se siguen
haciendo de rogar y la expectativa sube como la marea hasta que el barco zarpe
de nuevo.
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